sábado, 26 de diciembre de 2020

RINCÓN DE HISTORIA MILITAR

EL CID:

ESTADISTA, ESTATEGA, Y GENERAL.

RAFAEL VIDAL DELGADO. CORONEL. ARTILLERÍA. DEM. DOCTOR EN HISTORIA

Rodrigo Díaz de Vivar es tal vez el personaje más popular de la historia de España y tras la película producida, en 1961, por Samuel Bronston y dirigida por Anthony Mann, dos monstruos de la épica del séptimo arte, podemos decir que traspasó las fronteras y se hizo internacional. Pero: ¿conocemos verdaderamente la figura del Cid? La sangre del Campeador corre por todos los reyes europeos, dado que sus dos hijas se casaron con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona y Ramiro Sánchez de Navarra, entroncándose de esta manera con las distintas dinastías reinantes en la Europa medieval, reconociéndole como antepasado los emperadores Carlos V y Fernando I. También doña Jimena, su esposa, aportó sangre real, al ser descendiente directa de Alfonso V de León y de García Sánchez II de Navarra. A finales del siglo XI dos amenazas se cernían sobre la cristiandad: por el Oeste los almorávides, desde África, se aprestaban a conquistar la Península Ibérica y por el Este los fatimíes y los selyúcidas, principalmente estos últimos, se proponían conquistar el imperio romano de Oriente (Bizancio). Urbano II, elegido Papa en 1088, se dio cuenta del peligro y sus esfuerzos se materializaron en la ocupación de Valencia (1094) por Díaz de Vivar y el freno a la expansión almorávide, y la conquista de Jerusalén en 1099 por Godofredo de Buillon. No existen muchos datos documentales sobre la relación entre estos tres personajes, porque si de Godofredo se conoce su designación para comandar el ejército cristiano, el contacto de Urbano II con el Cid pudo haber sido a través de Pedro I de Aragón, de su propio yerno, infante de Navarra, o de algún fraile cluniacense, orden enviada por el papado para introducir el rito latino en la iglesia hispánica. La realidad es que no fueron hechos aislados las ofensivas cristianas en las dos alas del territorio, con la exhortación del Papa a los reyes hispanos de expulsar a los musulmanes de la Península, aunque la definición de esta lucha como cruzada fuera posterior. La toma de Jerusalén se produjo el 15 de julio de 1099, cinco días después del fallecimiento del Cid, el 29 del mismo mes moría Urbano II.


 ¿Sería la Historia tal como fue, si estos personajes hubieran convivido más años? Ninguno de los dos héroes quiso aceptar la corona de rey. Vista la figura de don Rodrigo como estadista cristiano, repasemos su pensamiento castrense. Guerrero por antonomasia, inició su andadura en las campañas medievales, en las cuales se convocaba a los nobles y plebeyos para una acción determinada, a principios de la primavera, operación que concluía en otoño. No había soldados profesionales excepto la guardia del monarca, ejerciendo el manejo de las armas todos los nobles, los principales clérigos y los pecheros (pueblo llano), que se dedicaban el resto del año a tareas civiles como cuidar el ganado, labrar, o ejercer oficios diversos. La ambición de cualquier varón de los reinos cristianos era disponer de caballo y espada, porque si durante tres generaciones prestaban a su rey el servicio de armas cuando le fuera requerido, podía llegar a ostentar la condición de noble. El destierro de Díaz de Vivar y la confiscación de sus bienes en Castilla, le abrió un horizonte inesperado: constituir una «mesnada» de tropa permanente, es decir, toda su gente tenía como única profesión las armas y la guerra. Al principio la mesnada del Cid era reducida, unas decenas, luego centenas y posteriormente miles de hombres, todos ellos perfectamente encuadrados y muy disciplinados, adiestrándose en todo momento en el manejo de las armas y en los procedimientos bélicos. El Cid, como los condottieri italianos del Renacimiento, constituyó una tropa mercenaria de caballeros, arqueros y peones, que se ofrecía al rey o príncipe que necesitara de sus servicios. Primero fue contratado por el rey de Zaragoza, al que sirvió lealmente durante años. En la batalla medieval se designaba el terreno donde se iba a combatir, pero el Cid no participaba de ese criterio: avanzaba o esperaba al enemigo, elegía el terreno de la contienda, que lógicamente le era favorable, e incluso efectuaba tareas de fortificación, que permitían que pocos hombres pudieran contener al grueso del enemigo. Manteniendo como centro de gravedad de su despliegue el terreno fortificado, maniobraba fundamentalmente con caballería sobre los flancos y retaguardia del contrario y en ocasiones frontalmente, provocando una ruptura del frente contra- rio por la violencia del choque. La batalla de Cuadre, Mislata o Valencia, primera derrota de los almorávides en la Península, son modelo de acción envolvente que obligaba al enemigo a alargar su despliegue mediante un ataque demostrativo con la vanguardia, y a retroceder cuando el adversario atacaba e iniciaba el aprovechamiento del éxito, momento en que el Cid aparecía por retaguardia. Inconscientemente el de Vivar se regía por el clásico método de planeamiento. Primero estudiaba la misión: conquistar, castigar, defender… A continuación hacía lo mismo con el terreno, sin que le condicionara un lugar determinado; para él todo el espacio entre la base de operaciones de ambos ejércitos podía ser bueno para dar la batalla, pero adelantándose siempre al contrario, buscando, encontrando y fortificando el lugar donde quería combatir. Su análisis del enemigo era certero, y distintos sus planteamientos según luchara contra castellanos, aragoneses, catalanes o moros, diferenciando las fuerzas de los reinos taifas, de los almorávides. Para su derrota empleaba los medios de infantería y caballería más apropiados, maniobrando con esas dos especialidades en consonancia con el enemigo y el terreno. La batalla medieval se basaba en dos principios fundamentales: la sorpresa y el número de combatientes, preferentemente caballeros. Se atacaba de improviso, en los lugares menos esperados, buscando el quebranto del adversario y la obten- ción de botín; eran las razzias, aceifas, algaradas… que año tras año se sucedían en el mundo medieval sin conllevar una declaración de guerra. Pero cuando se declaraba esta, los reyes movilizaban sus tropas, caballeros y hombres de a pie, citándose en fecha y lugar determinados; quien dispusiera de mayor número de efectivos en el momento del encuentro, tenía en gran medida ganada la victoria. Sin embargo todo lo anterior fallaba con la mesnada del Cid: había dado tal instrucción a sus hombres que unos cientos de caballeros, preparados, disciplinados y jerarquizados, eran capaces de vencer a un número tres o cuatro veces superior de efectivos contrarios. Rodrigo Díaz de Vivar rompió los moldes de la guerra medieval, fue un precursor y tras él, volvió el sistema tradicional de enfrentamiento armado. Hubieron de transcurrir cerca de doscientos años para que la guerra entrara en una fase más dinámica.


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